lunes, 22 de noviembre de 2010

Quiero una flor amarilla que me haga soñar

Esto es algo que escribí hace tres años, desde entonces lo dejé, es algo que no he podido terminar por miedo, porque no soy buena para los finales, porque no me gustan los finales, pero lo dejo aquí para no olvidar que lo tengo, otra cosa, el cuento va dedicado a mi padre Alfredo, así que yo he prometido dárselo algún día.
La niña está sentada en un banco, al frente de ella hay un piano, sobre el piano hay un pequeño florero, el florero tiene una flor amarilla y brillante.

La niña tiene la piel morena como la canela, tiene los ojos grandes y de color miel, tiene una trenza que le llega hasta los hombros, usa un vestido amarillo con grecas rojas.

Ella se llama Valeria, tiene 12 años, es tan tierna, le encanta la mermelada sobre el pan tostado, bebe la leche como si fuera agua, todas las tardes se columpia en el árbol que hay en el jardín de su casa.

Pasa el tiempo y Valeria se convierte en una mujer, con un carácter envidiable, ella está llena de tranquilidad, es perspicaz porque no se enoja por tonterías, ella disfruta al máximo el tiempo, trata a las personas con respeto, aunque estas no den lo mismo de su parte, es de esas pocas mujeres que se enamora por momentos, no se enamora de un solo hombre, se enamora de cualquiera que la mantenga flotando de cabeza sobre el techo, alguien que sea seductor y todo un caballero, que pueda tener un rostro sereno.

Valeria viaja en el espacio y el tiempo, ella muere por descubrir todo tipo de ideas e historias, ella regala besos para enamorar.

Valeria quiere estar acompañada por momentos, su soledad la mantiene viva, esa soledad de poder estar en su propio mundo, de hacer lo que se le da la gana, nadie le dice qué hacer, nadie la observa, nadie le miente.

El amor para ella es como amar a un libro, a una estación del año o incluso amar una buena melodía, el amor no existe es una tentación voluptuosa, para Valeria no hay alguien que la atrape por completo, no hay alguien que la haga sentir extasiada.

Camina por los jardines de las calles, recoge una flor amarilla, la pone en el florero y después la coloca sobre el piano viejo, que ya ha dejado de tocar.

Le encanta la naturaleza, le encanta recostarse sobre el césped y ver el cielo, oler la tierra mojada que deja la lluvia, trata de estar calmada y enamorada de sus ideas gracias a su inmensa imaginación y a esa flor amarilla.

Sus sentidos se distorsionan por las elocuencias de las personas que la rodean, por la mentira que ellos azotan con un bun bun en su cabeza.

Valeria se mira en el espejo, y ante el marco ya gastado y de antaño, ve sus enormes ojos de ámbar, cierra los parpados, y lo ve, lo imagina, él trae en el rostro un antifaz, y sujeta un bastón, ella trata de acercarse a la imagen, para distinguir los detalles, pero alguien toca su hombro y abre los ojos, sacudiéndola de la escena (en construcción)...

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