lunes, 9 de marzo de 2009

Paranoia en sueños


Camina por los recovecos de su ciudad, su mente se detiene, su mirada se paraliza, cada movimiento le recuerda a esa persona con la que siempre sueña.

Qué me pasa, se preguntó cada vez más, por qué me comportó así, ella misma se asusta.

- No soy de otro mundo, sólo soy alguien confundida, a quien le gusta soñar e imaginar locuras.
- No era una puta, sólo sigo enamorada,
- No estoy loca, sólo hago algunos cambios, como cualquier persona, aunque me vaya a los extremos.

Estas palabras son de Malory, una mujer soñadora, e idealista, aunque un poco insegura.
Tiene una mirada inquietante, sus labios rojos como las fresas de los campos más bellos de los alrededores, su voz es turbadora. Ella te puede decir cualquier cosa aunque no tenga una relación, te saca del tema para atraparte en su mundo, y no en el mundo triste y voluble de las personas; tiene los cabellos negros como la oscura noche, y las manos más seductoras y frágiles como las de una muñeca de porcelana.
Observa cada detalle con un estupor que a cualquiera lo sacaría de la razón, tiene un ímpetu que arroyaría al más frío de los hombres.

Realmente su mente está desordenada, Malory se olvida de las cosas importantes; Malory come una galleta, a la cual recordará toda la vida, porque lo más irrelevante la mantiene viva.

Tiene la edad en que cualquier mujer se sentiría como una niña, joven, exquisita, protegida, suculenta, tiene 18 años y esta enamorada.

El amor la ciega de las cosas importantes, ve cualquier cosa y se sorprende, hace su propia tertulia de placeres exorbitantes.

Lo ve se paraliza, lo toca se calla, lo besa sonríe.

No es el amor lo que la pervierte, es la soledad que tiene, de no poder estar con su amado. No es locura lo que maneja, es la agonía, de no poder atraparlo como a un pez en la pecera más pequeña.

Trepa un árbol, les avienta pan a los pájaros, los fotografía con sus ojos brillantes y llenos de melancolía.

Se encierra en su habitación, duerme porque sabe que así es la única forma de poder verlo, de estar con él, a su lado, sintiendo su respiración, duerme y sueña porque sabe que es la cura para su agonía, no quiere despertar, no quiere comer, no quiere llorar, no quiere caminar, no quiere gritar, descansa bajo los brazos inmensos de sus recuerdos.

Las escenas son diferentes habitaciones, y sólo hay dos personajes, Malory y su imaginación, sí se puede llamar a eso como alguien o algo.

Malory está en su cama, bajo esas sábanas rojas de seda, sobre todos esos cojines que tienen un significado, sus cabellos caen sobre sus hombros, y sus pies están de puntillas, duerme con una sonrisa serena porque debe estar soñando con él.

Se despierta en la mañana, se sienta, recupera el aliento, y se queda fijamente observando la pared de su cuarto, pasan cinco minutos y se pone de pie, se dirige al tocador y se ve en el espejo, se cepilla el cabello y suspira al instante, se prepara para no sentir el tiempo, dirigiéndose a la rutina de cada día, está como un zombi, flotando entre lo vivo, regresa a casa, se mete a la cama y vive muriendo, soñando con todo lo que ama, con todo lo que le sorprende, con las cosas tristes de su pasado que le hacen sentir dolor y mantenerla despierta.Justificar a ambos ladosMalory quiere fallecer de sueño, para poder estar con él, aquel hombre adusto que quiere a Malory a su forma.

La muerte los une, el dolor los atrapa, vuelan sobre esas colinas delirantes por aquel olor de azufre, conectan sus cuerpos pero sólo en los sueños, porque él ya esta muerto y ella lo sigue.

sábado, 7 de marzo de 2009

Para Maximiliano

Entré volando a tu cuarto, como el silencio entra por tu boca, no dices nada.
Floté junto a tu rostro, para después besar tu frente, y no dices nada.

Lloré en tu cama, me quitaste el vestido, y seguiste callado.

Grité como loca, mordí tu mano, y bajaste la mirada.

Reí sin sentido, tocaste mi cuerpo, y sólo volteaste tu cara.

Respiré sangre, me encontré empapada de sudor, y mojada bajo mi sexo, estaba a punto de morir por ese deseo que sentí hasta la medula espinal, y créeme ¡no me arrepiento!, es sólo que la melancolía me invade casi todas las noches.

Cada vez que recuerdo esa sonrisa malévola, me pregunto por qué no fui yo la que terminó con todo, por qué no tuve fuerza de voluntad, por qué no te rasguñé y te rompí, por qué no te saqué el corazón, para después guardarlo en una caja, como Carlota con Maximiliano, colocarla debajo de mi almohada, y al final poder oír tus latidos cada vez que las luces se vayan, pero eso no pasará, porque sólo es mi cabeza, mi imaginación, y mi locura de no poder amar.