Volteo hacia arriba y veo muchas esferas de colores.
Presiono las cuerdas y me elevo.
Presiono mis ideas y me elevo.
Presiono mis manos que se encuentran entumidas por tanto esfuerzo,
por tanto silencio.
Esferas multitudinarias, con matices explosivos, que ante mis ojos
simulan un paraíso a la Lachapelle, un edén melancólico, lleno de miradas
perdidas, excitadas, devastadas, disimulando frustración, congoja y excesos.
Todo a través de una personalidad hipócrita, banal y superficial.
Todo a través de una personalidad hipócrita, banal y superficial.
No puedo quejarme, porque eso me atrae, me envuelve.
Es mi David, es él, quien atrae mi mente hacia sueños en donde el
color y la imaginación me hacen creer que aún puedo divagar lúdicamente, aún
puedo transitar por lo visual de sus imágenes.
Son imágenes superficiales de un mundo que jamás existirá, que
jamás se verá, porque todo es armable, onírico y embellecedor, lo que se vive
en la realidad es un escenario burdo, lleno de malas rachas y de pretextos para
no poder estar en donde debemos estar, ¿en un sueño?