miércoles, 15 de diciembre de 2010

Vejez perdida

Hace unos días me despedí de la muerte, sé que era ella, estaba ahí, delgada sobre el hueso de él, mirándome, no sonreía, ya andaba roto del ánimo, estaba en silencio con los ojos hinchados, brillaban como el cristal, se despedía de mí, de todos, de alguna forma él sabe que lo prenderá del alma, no olvidaré el rostro de él, su voz, su fuerza.
Las manos delgadas y cansadas por trabajos forzados se despidieron de mi hace unos días, desde que era un niño ya la pasaba mal, trabajaba en un huerto de limones, fue por eso que la columna años después se deterioro, la maquinaría del lugar lo dejo sordo, él siempre será de admirar, sé que estará bien, tus recuerdos en mi cabeza pasarán de generación en generación, todo lo que viviste queda en cartas y objetos que estarán en el baúl con memorias de otros hombres inmortales…

Te amo Abuelo Salvador.


viernes, 10 de diciembre de 2010

No quiero un príncipe

No me importa si piensan que estoy maniática y más si no creen lo que voy a contar.

Era el año de 1816, en un barrio francés, aquellos que deleitan la mirada con calles adoquinadas, con bares y cafés en cada esquina, con casonas viejas de más de 60 años.
La gente caminaba con preocupación y locura, sus rostros no podían esconder el terror que sentían por las historias que se contaban.

Estaban petrificados por lo que se decía de una mujer.
Se murmuraban muchas cosas de ella, todos sabían que su trabajo era repugnante, dama de compañía era como se decía, así es como se ganaba la vida, aquella mujer ya estaba acostumbrada al desdén de las persona.

Una mañana de abril se despertó llorando y gimiendo como una chiquilla de 7 años, abriendo los ojos petrificados y sombríos, no recordaba esa pesadilla con que todas las madrugadas era atormentada. Ella sólo cerraba su mente, y se ahogaba en sueño, pero por qué siempre despertaba con una preocupación que la hacia estremecerse atormentando su alma. Así es como el preludio llega a mi historia.

Su nombre era Lauren, una mujer hermosa por su belleza física y sus modales, tenía una personalidad única porque era de las pocas damas de compañía que nunca perdía ese toque de encanto y buen comportamiento a pesar de que éste fuese embriagado rápidamente por algunas gotas de alcohol.
Nadie sabía porque esa joven había caído en la voluptuosidad y en algunos vicios.
Se decía que todo eso era a causa de un amor o también por la perdida de un hijo.

Para ella los excesos eran como la mejor medicina, sentía su cuerpo anestesiado y su alma transformada para no pensar en su pasado triste y macabro.

Sus vivencias antiguas estaban enfocadas a un amor que le había sido arrebatado por su paranoica, obsesiva e hipocondríaca mente.

Así es, ella tenía una doble personalidad, una que al parecer era la mujer tierna y dulce, y la otra, la perversa y lúgubre de tendencias masoquistas y abominables.

La historia que la convertiría en lo que ahora es, se debió a un amor que la atormentaba cuando ella apenas tenía 22 años, un amor que no le correspondía como ella siempre hubiese querido, un amor tranquilo y de confianza, de pasiones y de armonía, de calma y de brillante fantasía.

Él era un joven licencioso, talentoso en su forma de expresarse, de una personalidad vehemente, inexorable ya que nunca se dejo llevar por los ruegos de Lauren, pero aún así ella no podía alejarse de él porque ella sabía que más allá de una mente enferma y un temperamento enérgico, era un ser humano especial, seductor por su andar, por sus gestos, por aquel movimiento de cabeza, por sus palabras y sus caricias que sí tenían insensibilidad, a ella eso no le importaba.

Su nombre era Renato.
Renato no quería compromiso alguno, al menos eso le decía a Laurent, la mayoría de las peleas eran porque Lauren se cansaba de esperar, ya que nunca se daría cuenta de que ella lo amaba sobre todas las cosas, él no se convencía de aquella mujer que de repente se convertía en una bestia, él no quería estar más con ella.

Pasó el tiempo y Renato tenía planes a los que Laurent no estaba invitada, el desaparecía por días, semanas, y ella se desesperaba, hasta que un día se canso de esperar, pasaban tantas ideas por aquella mente, y fue así que nació el crimen.

Pero antes de eso Laurent le pidió un favor, la locura envolvió la razón de aquella joven, le pidió algo irregular fuera de orden que ni él mismo podía creer, un hijo suyo, ella corroboró diciendo que jamás le pediría otra cosa, que ya no lo molestaría más, que lo único que anhelaba era ver correr la sangre de su amado dentro de ella, hasta que cada glóbulo rojo llegará a sus entrañas, y eso la haría feliz.

El estaba aterrado, anonadado, no supo que hacer, pensó tanto que no había respuesta aún, ella suplicó, y Renato con tal de deshacerse de ella, y más porque sabía que podía ser un obstáculo para todos sus planes, le dijo que sí, pero con una condición, que se fuera a otra ciudad y se llevará consigo a la criatura que jamás llegaría a querer como suya.

Lauren entre pasión morbosa y melancolía se embarazo, pero no dejo las cosas como ya lo había prometido.
Unos días después fue a despedirse de su amado Renato, entre abrazos y un ambiente de agonía por dejarlo, Lauren sabía que él jamás la amaría y no pudo contenerse, se imaginó quién sería esa mujer que él estaba esperando o con la cual él querría estar, no aguanto el suplicio, lo abrazó muy fuerte y de repente sacó una navaja y le atravesó el corazón.
Él murió al instante, y Lauren envuelta por recuerdos y lágrimas decidió cortarlo en pequeños pedazos, para después cocinarlo y comérselo, cada bocado para ella era como un alivio. Los demás restos, como huesos y órganos se los dio a los perros callejeros que de noche rondaban por ahí.

Fue así como ella huyó a Toscana un pequeño pueblo de Italia, dejando atrás el crimen más macabro que pudiesen imaginar, pero ahí no acabó todo, pasaron nueve meses y tuvo a Lucio, así es como le había llamado a aquel niño de aspecto sombrío, de ojos grandes y luminosos, pálido igual que la madre, con una nariz respingada y noble, con una boca triste y pequeña.

Con el tiempo Lucio fue creciendo, tenía 13 años cuando el joven fue pareciéndose cada vez más a su padre, y Lauren no podía soportar aquella imagen.
Lauren era la madre más amorosa que pudiese existir, sus mimos lo decían todo, lo besaba irracionalmente, llegando al acto más diabólico en el que Lucio no la veía como a una madre sino como a una amante.

Era un crimen más, de aquella mujer insensata, cuya visión estaba cegada por la locura, había enamorado a su propio hijo.

Lucio cumplió 18 años y seguía visitándola, todas las noches iba a la habitación de la mujer que le había dado la vida y que perturbaba su mente con suspiros de deseo.
Lauren sabía que eso no estaba bien, cuando estaba con Lucio por su mente se agitaban recuerdos, recuerdos del hombre que le había quitado su delicadeza femenina, no aguantó ese dolor, no podía más con aquello, estaba confundida, pensaba y pensaba como terminar con aquella torpeza que había provocado.

Decidió volver hacer lo mismo que con Renato, pero ahora de una forma menos dolorosa y no tan delirante.

Una mañana en que la neblina salpicaba los techos y ventanas de las casas, Lauren se levantó, se arregló como hace mucho no lo hacía, se puso rubor en las mejillas y empapó sus labios de una sustancia que parecía aceite para embellecer su linda y seductora boca, era una mezcla de hierbas mortales, así es, veneno color escarlata, sabía que no podía tragar esa sustancia hasta que los dos se besaran. Bajó al salón de la casa, se sentó a esperar a que Lucio llagará del colegio, de pronto la puerta se abrió y con un rechinido que ésta hacía porque la casa era muy vieja, se asomaron unos ojos brillantes, era Lucio y sabía que su madre como siempre estaría ahí para besarlo, Lucio se acercó y la besó, los labios de Lauren empaparon la boca, la lengua y la garganta de Lucio, ambos murieron al instante, un trueno surgió de los cielos, ahí estaba despertando de un sueño que siempre se convertía en pesadilla sin poder recordar nada, Lauren sí había cometido el primer crimen, pero el segundo sólo era producto de su enferma mente.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Hoy, ya no

Por solucionar trabas susceptibles pasan cosas horribles, uno no queda bien jamás.
No leo mentes, no arreglo corazones, no fastidio apropósito, no hablo dulce, no lloro por capricho, no busco por encontrar, no hablo por conversar, hoy ya no quiero nada, hoy ya no busco obstáculos, no quiero suplicar porque me lastimo, porque hoy ya no quiero poner en riesgo mi vida.
Pinche semana fea…