No me importa si piensan que estoy maniática y más si no creen lo
que voy a contar.
Era el año de
1816, en un barrio francés, aquellos que deleitan la mirada con calles
adoquinadas, con bares y cafés en cada esquina, con casonas viejas de más de 60
años.
La gente
caminaba con preocupación y locura, sus rostros no podían esconder el terror
que sentían por las historias que se contaban.
Estaban
petrificados por lo que se decía de una mujer.
Se murmuraban
muchas cosas de ella, todos sabían que su trabajo era repugnante, dama de
compañía era como se decía, así es como se ganaba la vida, aquella mujer ya
estaba acostumbrada al desdén de las persona.
Una mañana de
abril se despertó llorando y gimiendo como una chiquilla de 7 años, abriendo
los ojos petrificados y sombríos, no recordaba esa pesadilla con que todas las
madrugadas era atormentada. Ella sólo cerraba su mente, y se ahogaba en sueño,
pero por qué siempre despertaba con una preocupación que la hacia estremecerse
atormentando su alma. Así es como el preludio llega a mi historia.
Su nombre era
Lauren, una mujer hermosa por su belleza física y sus modales, tenía una
personalidad única porque era de las pocas damas de compañía que nunca perdía
ese toque de encanto y buen comportamiento a pesar de que éste fuese embriagado
rápidamente por algunas gotas de alcohol.
Nadie sabía
porque esa joven había caído en la voluptuosidad y en algunos vicios.
Se decía que
todo eso era a causa de un amor o también por la perdida de un hijo.
Para ella los
excesos eran como la mejor medicina, sentía su cuerpo anestesiado y su alma
transformada para no pensar en su pasado triste y macabro.
Sus vivencias
antiguas estaban enfocadas a un amor que le había sido arrebatado por su
paranoica, obsesiva e hipocondríaca mente.
Así es, ella
tenía una doble personalidad, una que al parecer era la mujer tierna y dulce, y
la otra, la perversa y lúgubre de tendencias masoquistas y abominables.
La historia que
la convertiría en lo que ahora es, se debió a un amor que la atormentaba cuando
ella apenas tenía 22 años, un amor que no le correspondía como ella siempre
hubiese querido, un amor tranquilo y de confianza, de pasiones y de armonía, de
calma y de brillante fantasía.
Él era un joven
licencioso, talentoso en su forma de expresarse, de una personalidad vehemente,
inexorable ya que nunca se dejo llevar por los ruegos de Lauren, pero aún así
ella no podía alejarse de él porque ella sabía que más allá de una mente
enferma y un temperamento enérgico, era un ser humano especial, seductor por su
andar, por sus gestos, por aquel movimiento de cabeza, por sus palabras y sus
caricias que sí tenían insensibilidad, a ella eso no le importaba.
Su nombre era
Renato.
Renato no quería
compromiso alguno, al menos eso le decía a Laurent, la mayoría de las peleas
eran porque Lauren se cansaba de esperar, ya que nunca se daría cuenta de que
ella lo amaba sobre todas las cosas, él no se convencía de aquella mujer que de
repente se convertía en una bestia, él no quería estar más con ella.
Pasó el tiempo y
Renato tenía planes a los que Laurent no estaba invitada, el desaparecía por
días, semanas, y ella se desesperaba, hasta que un día se canso de esperar,
pasaban tantas ideas por aquella mente, y fue así que nació el crimen.
Pero antes de
eso Laurent le pidió un favor, la locura envolvió la razón de aquella joven, le
pidió algo irregular fuera de orden que ni él mismo podía creer, un hijo suyo,
ella corroboró diciendo que jamás le pediría otra cosa, que ya no lo molestaría
más, que lo único que anhelaba era ver correr la sangre de su amado dentro de
ella, hasta que cada glóbulo rojo llegará a sus entrañas, y eso la haría feliz.
El estaba
aterrado, anonadado, no supo que hacer, pensó tanto que no había respuesta aún,
ella suplicó, y Renato con tal de deshacerse de ella, y más porque sabía que
podía ser un obstáculo para todos sus planes, le dijo que sí, pero con una
condición, que se fuera a otra ciudad y se llevará consigo a la criatura que
jamás llegaría a querer como suya.
Lauren entre
pasión morbosa y melancolía se embarazo, pero no dejo las cosas como ya lo
había prometido.
Unos días
después fue a despedirse de su amado Renato, entre abrazos y un ambiente de
agonía por dejarlo, Lauren sabía que él jamás la amaría y no pudo contenerse,
se imaginó quién sería esa mujer que él estaba esperando o con la cual él
querría estar, no aguanto el suplicio, lo abrazó muy fuerte y de repente sacó
una navaja y le atravesó el corazón.
Él murió al
instante, y Lauren envuelta por recuerdos y lágrimas decidió cortarlo en
pequeños pedazos, para después cocinarlo y comérselo, cada bocado para ella era
como un alivio. Los demás restos, como huesos y órganos se los dio a los perros
callejeros que de noche rondaban por ahí.
Fue así como
ella huyó a Toscana un pequeño pueblo de Italia, dejando atrás el crimen más
macabro que pudiesen imaginar, pero ahí no acabó todo, pasaron nueve meses y
tuvo a Lucio, así es como le había llamado a aquel niño de aspecto sombrío, de
ojos grandes y luminosos, pálido igual que la madre, con una nariz respingada y
noble, con una boca triste y pequeña.
Con el tiempo
Lucio fue creciendo, tenía 13 años cuando el joven fue pareciéndose cada vez
más a su padre, y Lauren no podía soportar aquella imagen.
Lauren era la
madre más amorosa que pudiese existir, sus mimos lo decían todo, lo besaba
irracionalmente, llegando al acto más diabólico en el que Lucio no la veía como
a una madre sino como a una amante.
Era un crimen
más, de aquella mujer insensata, cuya visión estaba cegada por la locura, había
enamorado a su propio hijo.
Lucio cumplió 18
años y seguía visitándola, todas las noches iba a la habitación de la mujer que
le había dado la vida y que perturbaba su mente con suspiros de deseo.
Lauren sabía que
eso no estaba bien, cuando estaba con Lucio por su mente se agitaban recuerdos,
recuerdos del hombre que le había quitado su delicadeza femenina, no aguantó
ese dolor, no podía más con aquello, estaba confundida, pensaba y pensaba como
terminar con aquella torpeza que había provocado.
Decidió volver
hacer lo mismo que con Renato, pero ahora de una forma menos dolorosa y no tan
delirante.
Una mañana en
que la neblina salpicaba los techos y ventanas de las casas, Lauren se levantó,
se arregló como hace mucho no lo hacía, se puso rubor en las mejillas y empapó
sus labios de una sustancia que parecía aceite para embellecer su linda y
seductora boca, era una mezcla de hierbas mortales, así es, veneno color
escarlata, sabía que no podía tragar esa sustancia hasta que los dos se
besaran. Bajó al salón de la casa, se sentó a esperar a que Lucio llagará del
colegio, de pronto la puerta se abrió y con un rechinido que ésta hacía porque
la casa era muy vieja, se asomaron unos ojos brillantes, era Lucio y sabía que
su madre como siempre estaría ahí para besarlo, Lucio se acercó y la besó, los
labios de Lauren empaparon la boca, la lengua y la garganta de Lucio, ambos
murieron al instante, un trueno surgió de los cielos, ahí estaba despertando de
un sueño que siempre se convertía en pesadilla sin poder recordar nada, Lauren
sí había cometido el primer crimen, pero el segundo sólo era producto de su
enferma mente.