Esto es algo que escribí hace tres años, desde entonces lo dejé,
es algo que no he podido terminar por miedo, porque no soy buena para los
finales, porque no me gustan los finales, pero lo dejo aquí para no olvidar que
lo tengo, otra cosa, el cuento va dedicado a mi padre Alfredo, así que yo he
prometido dárselo algún día.
La niña está sentada en un banco, al frente de ella hay un
piano, sobre el piano hay un pequeño florero, el florero tiene una flor
amarilla y brillante.
La niña tiene la piel morena como la canela, tiene los ojos
grandes y de color miel, tiene una trenza que le llega hasta los hombros, usa
un vestido amarillo con grecas rojas.
Ella se llama Valeria, tiene 12 años, es tan tierna, le encanta la
mermelada sobre el pan tostado, bebe la leche como si fuera agua, todas las
tardes se columpia en el árbol que hay en el jardín de su casa.
Pasa el tiempo y Valeria se convierte en una mujer, con un
carácter envidiable, ella está llena de tranquilidad, es perspicaz porque no se
enoja por tonterías, ella disfruta al máximo el tiempo, trata a las personas
con respeto, aunque estas no den lo mismo de su parte, es de esas pocas mujeres
que se enamora por momentos, no se enamora de un solo hombre, se enamora de
cualquiera que la mantenga flotando de cabeza sobre el techo, alguien que sea
seductor y todo un caballero, que pueda tener un rostro sereno.
Valeria viaja en el espacio y el tiempo, ella muere por descubrir
todo tipo de ideas e historias, ella regala besos para enamorar.
Valeria quiere estar acompañada por momentos, su soledad la
mantiene viva, esa soledad de poder estar en su propio mundo, de hacer lo que
se le da la gana, nadie le dice qué hacer, nadie la observa, nadie le miente.
El amor para ella es como amar a un libro, a una estación del año
o incluso amar una buena melodía, el amor no existe es una tentación
voluptuosa, para Valeria no hay alguien que la atrape por completo, no hay
alguien que la haga sentir extasiada.
Camina por los jardines de las calles, recoge una flor amarilla,
la pone en el florero y después la coloca sobre el piano viejo, que ya ha
dejado de tocar.
Le encanta la naturaleza, le encanta recostarse sobre el césped y
ver el cielo, oler la tierra mojada que deja la lluvia, trata de estar calmada
y enamorada de sus ideas gracias a su inmensa imaginación y a esa flor amarilla.
Sus sentidos se distorsionan por las elocuencias de las personas
que la rodean, por la mentira que ellos azotan con un bun bun en su cabeza.
Valeria se mira en el espejo, y ante el marco ya gastado y de
antaño, ve sus enormes ojos de ámbar, cierra los parpados, y lo ve, lo imagina,
él trae en el rostro un antifaz, y sujeta un bastón, ella trata de acercarse a
la imagen, para distinguir los detalles, pero alguien toca su hombro y abre los
ojos, sacudiéndola de la escena (en construcción)...