Entré volando a tu cuarto, como el silencio entra por tu boca, no
dices nada.
Floté junto a tu rostro, para después besar tu frente, y no dices
nada.
Lloré en tu cama, me quitaste el vestido, y seguiste callado.
Grité como loca, mordí tu mano, y bajaste la mirada.
Reí sin sentido, tocaste mi cuerpo, y sólo volteaste tu cara.
Respiré sangre, me encontré empapada de sudor, y mojada bajo mi
sexo, estaba a punto de morir por ese deseo que sentí hasta la medula espinal,
y créeme ¡no me arrepiento!, es sólo que la melancolía me invade casi todas las
noches.
Cada vez que recuerdo esa sonrisa malévola, me pregunto por qué no
fui yo la que terminó con todo, por qué no tuve fuerza de voluntad, por qué no
te rasguñé y te rompí, por qué no te saqué el corazón, para después guardarlo
en una caja, como Carlota con Maximiliano, colocarla debajo de mi almohada, y
al final poder oír tus latidos cada vez que las luces se vayan, pero eso no
pasará, porque sólo es mi cabeza, mi imaginación, y mi locura de no poder amar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario